Dienstag, 28. Februar 2012

Blackberry de Fabián Casas



Hay algo que no sé si es cierto pero que me gustó mucho cuando lo escuché: el origen de la palabra Blackberry. Dicen que viene de las bolas negras e irregulares que usaban los esclavos en las plantaciones de algodón en los estados Unidos. Irregulares –con la forma granulada de la cereza– para que los muchachos no se pudieran desplazar fácilmente. ¿Será verdad? Tal vez como sucede en el ensayo de Borges, Kafka y sus precursores, la idea de esclavitud que conlleva ser adicto a los blackberrys hizo que se creara la historia de los esclavos a posteriori.
De todas formas es imposible que uno no quede como un conservador cuando arremete contra las tecnologías virtuales, las redes sociales y la mar en coche. Estás viendo el cielo estrellado y sabés que es probable que alguna de esas estrellas ya no esté funcionando, sólo te llega la luz. ¿Pero qué importa? Cuando te mandan un mail, te dicen que es imposible que no te llegue. Salvo, aclaran, que se caiga el sistema. Desde hace años uno está esperando que se caiga el sistema. Me pregunto cuándo sucederá eso. Ya hemos visto civilizaciones sofisticadas hechas polvo y es evidente que la nuestra va por el mismo camino. Veo el rap, el hip hop, y donde muchos ven rebeldía, intensidad, yo veo fascismo, gente reaccionaria, personas repitiendo el mantra letal del capitalismo. Soy el número uno, soy el dos, etc. Todo es tan evidente como Plaza Sésamo: el sistema da premios televisados para todos. Una de las preguntas que se le hacen muy seguido a un escritor es ¿Por qué escribís? Yo hace poco se la hice a un amigo que se la pasa escribiendo tweets en su blackberry. Escribe este tipo de cosas: “Estoy con mi hijo, cenando y mirando fútbol. Un momento glorioso”. Le pregunté por qué, si realmente le estaba pasando eso tan increíble, tenía la necesidad de poner distancia de ese momento y escribirlo. ¿Qué ambiciona una persona que necesita escribir en una red social lo que le pasa a cada minuto? Es todo lo contrario de una estética de la desaparición en la vida privada. Lo que se intenta todo el tiempo es aparecer, estar, como si un parpadeo de Steve Jobs fuera suficiente para sacarnos de stock.
Howard Hughes era un tipo extraño. Multimillonario, llevó una vida excéntrica y dedicada, en una primera parte, a mostrarse: batiendo récords piloteando aviones, saliendo con mujeres hermosas, comprando diarios, etc. A eso le siguió una etapa de reclusión total hasta su muerte. En un libro de Paul Virilio, éste cita al periodista James Phelan, el biógrafo de Hughes, relatando una anécdota genial: Un día un hombre disfrazado de ratón Mickey se presentó en las oficinas de Hughes y dijo que tenía un regalo para él. Era el miembro del circo Disney y quería ofrecerle un reloj con esta dedicatoria: “Los héroes legendarios deben jugar sin cesar al gato y al ratón con el público, para que éste continúe creyendo en ellos, y no dudo que usted querrá saber de vez en cuando qué hora es”. Pero al bueno de Howard no le importaba el tiempo convencional de los humanos. Como bien apunta Virilio, para él ser no era habitar: “No es nadie porque no quiere ser alguien, y para ser nadie, hay que estar a la vez en todas partes y en ninguna”.
A lo largo de mi vida, salvo por imposiciones de la mortalidad, nunca he dejado de ver a mis seres queridos. Sin embargo Facebook trabaja con la idea de reactualizar los contenidos de tus relaciones. De golpe se te puede aparecer ese compañero de secundaria o esa amiga de la facultad a la que habías perdido de vista hace mucho. Algo así le pasa al capitán John Black, en el relato de Ray Bradbury de Crónicas Marcianas llamado La Tercera Expedición. Resumo: Llega Black con su cohete y su tripulación a Marte y antes de descender le dice a sus muchachos: ojo que no sabemos qué fue de la primera ni de la segunda expedición, no sabemos qué vamos a encontrar en Marte, así que cuando bajemos no se separen ni dejen sus armas. Cuando pisan el polvo de ladrillo de Marte quedan de piedra: el planeta es como un pueblito americano de los años cincuenta y en ese lugar viven los seres queridos de los tripulantes, que estaban muertos en la Tierra. El efecto es encantatorio y John Black –con quien se va la narración– se encuentra con sus padres y su hermano muerto y termina cenando en una réplica exacta de su casa de la infancia. Cuando le pregunta a su padre cómo puede estar pasando esto, él le contesta que no se hace muchas preguntas al respecto, que tienen una segunda oportunidad en Marte y que está bien. Black asiente y después de comer se va al cuarto compartido con su hermano y se ponen a dormir. Pero Black no duerme: se le ocurre que tal vez los marcianos tienen una forma de meterse en su psiquis y de esta manera crear un mundo ideal y doblegarlos. Se dice entonces que tal vez ese joven que duerme en la otra cama no es su hermano muerto hace mucho, y los que están en el otro cuarto no son sus padres fallecidos sino marcianos que han conseguido, mediante esta treta genial, que él incumpla lo que le pidió a su tripulación: que no se separen y que no dejen las armas. Su arma, de hecho, está con su ropa. Cuando se para en la cama, el hermano le pregunta a dónde va. Tengo sed, dice Black. No, no tenés sed, dice el hermano.